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garrobo

Hay dos reptiles tan emparentados que llegan a ser confundidos, el garrobo y la iguana, mal afamados por su horrido aspecto, tanto que nunca se comen sin prendas y adornos, recados y salsas que vienen de tiempos precolombinos. Se cuecen o asan primero, luego de pelarlos, pero nunca van desnudos a la mesa, sino revestidos de todas esas galas como si se quisiera ocultar todo rastro de su fealdad.

Hay viejos testigos de esta fealdad. Jan Huygens van Linschoten, en Viaje a las Indias Orientales y Occidentales, de 1598, describe muy fielmente a la iguana como una bestia “que tiene una cosa que cuelga de la garganta como barba, en su cabeza una cresta como de gallo, y sobre la espalda ciertas agudas quillas como espinas que se engruesan desde la base…”, capaces de poner “40 a 50 huevos en cierto tiempo, redondos y tan grandes como una nuez”.

Se parecen, pero no son iguales. En el garrobo la cresta dentada va desde la cola hasta el cuello, y no hasta la cabeza, como la iguana, y su color es marrón. Le gusta comer flores, y también huevos de lagartijas, ranas y crías de aves pequeñas. Sale de sus refugios en los matorrales para asolearse, pues prefiere las altas temperaturas, y es por eso que se les ve en las ramas de los árboles y sobre los techos de las casas. 

En Costa Rica, lo mismo que en Puerto Rico, por esa costumbre de subirse a los árboles, y por el sabor de su carne, se les conoce como “gallinas de palo. Thomas Belt, en El naturalista en Nicaragua, un libro de 1874, los llama, con más refinamiento, “lagartijas arbóreas”.

El garrobo tiene el prestigio de comunicar fortaleza a quien lo come, y por eso se recomienda la sopa de garrobo a los enfermos y convalecientes, y a quienes ven menguados los vigores sexuales. También se le atribuyen poderes mágicos, y así existe la “Grande y poderosa oración del garrobo”:Oh! Poderoso e invencible garrobo/que Dios ha colmado de grandes privilegios/como el de conceder los tiempos lluviosos y secos/tener el valor de tirarse del árbol más elevado/y caer sobre cualquier barranco o peña/ y no le pase ningún mal…

Pero el parentesco es tan estrecho que la confusión no se desvanece. La iguana verde macho cambia de color durante el período de celo, y así su piel adquiere una tonalidad marrón, igual al garrobo. Esto ha dado lugar a que la gente la conozca como “garrobo lapo”. 

En Mesoamérica la carne y los huevos de la iguana han servido de alimento desde hace por lo menos siete mil años. El cronista Antonio de Ciudad Real cuenta en su Relación breve y verdadera, de 1586, que habiendo un indio matado una con arco y flecha, “daba saltos de gozo, y aún le dio una risa tan grande de propósito que en un rato nunca cesó de reír de puro contento y alegre”.

El fraile irlandés Thomas Gage, en Viajes en la Nueva España, publicado en 1648, dice que las iguanas son “una especie de lagartos que los indios comen mucho, los cuales se encuentran unos en el agua y otros en la tierra. Son mayores que un conejo y se parecen a un escorpión en la figura, teniendo sobre el lomo escamas verdes y negras…son horrorosas a la vista pero cuando se les guisa en estofado con un poco de especias, arrojan un jugo que es excelente; su carne es blanca como la del conejo y el lomo tiene la misma configuración…” Y agrega la prevención de que “esta carne es muy peligrosa cuando no está bien cocida; a mí me faltó poco para morir por haber comido mucha que no lo estaba bastante”.

Hoy es una especie en grave riesgo de extinción causas a los depredadores.

 

Buenos Aires, mayo 2019

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