Hay una inolvidable película italiana de Marco Bellocchio estrenada en 1967, La China se avecina. Entre los intríngulis de la comedia, está de por medio el miedo cerval a la China comunista que se hace dueña del planeta, con sus legiones de uniformados de gris, a lo Mao Tse Dong. La predicción de este film de hace casi medio siglo no ha sido vana, pues los chinos, ricos y poderosos, están hoy por todas partes, salvo que en lugar de los uniformes de basta tela, llevan trajes de ejecutivos Armani y relojes con diamantes. Otra manera de conquistar al mundo.
Tanto en África como en América Latina, China se guía por un apetito voraz de materias primas, minerales, petróleo, y alimentos, sin consideraciones al medio ambiente; y si sumamos la invasiva presencia de sus infinitas mercancías, desde juguetes a maquinaria, tenemos a la vista los dos factores tradicionales en que se basó la expansión de las economías metropolitanas en el siglo diecinueve. Pese a que la globalización representa el imperio de las comunicaciones instantáneas y las transacciones financieras virtuales, el comercio de bienes no ha disminuido y, por el contrario ha aumentado, y es la base de la relación entre América Latina y China.
La China lejana se avecina. Por la apertura de relaciones diplomáticas con Costa Rica, su regalo de bodas fue un flamante estadio de futbol levantado en pocos meses por legiones de obreros chinos. Y el presidente Daniel Ortega ha anunciado, otra vez, el canal interoceánico a través del territorio de Nicaragua, que será construido, según sus palabras, con capital chino y diseñado por los chinos, algo que no parece inquietar a Estados Unidos, como en el pasado, cuando la doctrina Monroe impedía la intromisión de cualquier potencia extra continental en asuntos que se consideraban estratégicos.
Hemos vivido de sueños: el viejo sueño americano representado por Estados Unidos, que parece conformarse hoy con un discreto segundo plano y se limita a buscar cooperación en el plano del tráfico de drogas y a la firma de tratados de libre comercio, un paraíso abierto para las mercancías pero cerrado para los inmigrantes; el sueño europeo, siempre distante, la idea de la democracia plena y el bienestar social, la doctrina de la defensa del medio ambiente, la calidad de vida y la acción internacional pacífica; y ahora el sueño chino tan tentador para los autócratas de siempre: te compro todo y me vendes todo y ambos nos hacemos ricos sin hacernos preguntas embarazosas en cuanto a la democracia.
En menos de dos décadas, afirma Javier Valenzuela, lo que habrá en el mundo es una “guerra de tronos”, como en la edad media, “con múltiples reinos, señoríos y ciudades de fuerzas más o menos semejantes, compitiendo implacablemente unos con otros sin que ninguno pueda imponerse con rotundidad”.
De modo que el sueño propio de América Latina será la participación en ese nuevo reparto, al menos para aquellos de nuestros países cuya dimensión y fuerza se los permita. Como en el teatro, unos autores pasarán a la penumbra en el escenario, y otros se acercarán a los reflectores, y quienes ganen poder económico terminarán reclamando su propia zona de influencia, y su propio estatus, como en el caso de Brasil y México, que demandan ya un asiento en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
El futuro no será homogéneo en América Latina, como no lo será en Europa, inquietada de pronto por la fractura continental entre norte y sur, un norte rico dueño de los instrumentos financieros, y un sur bajo la pesadilla del desempleo, la pobreza, la inestabilidad, y la creciente inconformidad con el modelo político.
En ambos continentes tendremos entonces un norte y un sur, unos países más ricos y otros más pobres. Brasil, la décima economía mundial, juega un creciente doble papel, en el escenario mundial y en la propia América Latina. Argentina, antes tan próspera e independiente, depende ahora en mucho de Brasil. Pero si las predicciones se cumplen, México habrá superado a Brasil en cuanto al tamaño de su economía para el año de 2022, o antes.
La pertenencia territorial a una región vasta ofrece cada vez menos señales de identidad reales. Las cifras hablan mejor en ese paisaje múltiple que las vecindades, y las comparaciones valen a ambos lados del Atlántico. El ingreso per cápita de Argentina y Portugal se haya hoy día equiparado; Portugal se haya lejos de Alemania en cuanto a riqueza, y Colombia ya ha superado a Argentina en cuanto a la cuantía de su Producto Interno Bruto. Se trata de una movilidad de la que habrá que esperar aún muchas sorpresas.
Chile, Costa Rica y Uruguay tienen niveles de pobreza inferiores al veinte por ciento de la población, y Brasil se propone reducirla a la mitad para dentro de dos años. En cambio la mitad de la población en Haití, Honduras, Nicaragua, Bolivia, Guatemala y Paraguay sigue siendo muy pobre, y la violencia es la peor de las consecuencias de la miseria no sólo en estos países marginales, sino también en Venezuela, donde la dilapidación de la riqueza del petróleo genera violencia, lo mismo que en México la pobreza estructural se suma al auge de los carteles del narcotráfico dejando cada año miles de muertos. Y es la violencia, y la estructura feudal del país, lo que convierte a Guatemala en un estado que camina con muletas, su sistema judicial intervenido por las Naciones Unidas.
La modernidad de América Latina, lo mismo que su prosperidad, sólo serán posibles si se logra dejar atrás los modelos personalistas para que las instituciones arraiguen de manera firme. La pobreza y la desigualdad, y lo mismo la marginalidad provocada por la falta de acceso a una educación de calidad, son el caldo de cultivo del caudillismo, un mal que nos persigue desde el fondo oscuro de la historia. La tentación china que viene de lejos estando tan cerca.
Ciudad de México, junio 2013.
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