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Lengua cortada

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Afirma Claudio Eliano en su Varia historia, que el tirano Hanón de Cartago, en su insolencia, para eliminar las conjuras y conspiraciones ordenó por decreto a los naturales de la ciudad que no hablasen entre ellos, bajo pena de hacerles cortar la lengua. Pero los ciudadanos consiguieron sortear la prohibición haciéndose señas con la cabeza o gesticulando con las manos, y aun levantando las cejas, o con expresiones de los ojos, todo en burla y desacato.
 
Entonces, ante sobrada elocuencia, Hanón, por medio de otro decreto, mandó también prohibir los gestos. En señal de protesta y rebeldía, la gente se concertó una mañana en la plaza, y al unísono rompió en abundante y amargo llanto. De manera fulminante, otra vez por decreto, fue suprimido el derecho de llorar. Así quedaron suprimidas las palabras, los ademanes, y aún la libertad natural de los ojos de derramar lágrimas.
 
Me viene esta historia a la cabeza ahora que en Nicaragua ha sido declarada fuera de le ley la Academia Nicaragüense de la Lengua, por decreto de los diputados fieles al régimen; es decir, han sido prohibidas las palabras, lo contrario de lo cual, ya se sabe, es el silencio. El director de la Real Academia Española, Santiago Muñoz Machado, lo ha puesto mejor que nadie: “cortarle la lengua a la gente es ir un paso más allá en la opresión. Es intolerable desde cualquier punto de vista”. Excepto el punto de vista de Hanón de Cartago.
 
Seguramente habrá pronto en Nicaragua una Policía del Silencio, cuidando de que nadie se comunique entre sí, de modo que la gente no pueda pronunciar las palabras viejas en calles, plazas y mercados, ni inventar ninguna palabra nueva en los bares y las barberías, porque toda palabra es peligrosa para Hanón.
 
La lengua que cuenta, inventa, juzga, condena e impreca, tiene filo, y el poder absoluto la juzga siempre sospechosa de atrevimiento y sedición. La boca es la puerta de toda rebeldía, y también es puerta de la risa, con la que no congenian tampoco las tiranías, que siempre están de mal humor.
 
Hanón no se ríe, menos de sí mismo. Y odia las bromas irreverentes, lo mismo que cualquier clase de invención, porque la libertad de crear que se halla en las palabras, le parece sediciosa; por eso, entre las prohibiciones de sus decretos entran las novelas, y las letras de las canciones, de las que siempre sospecha burla a su majestad.
 
La lengua, por lo tanto, pasa ahora en Nicaragua a la clandestinidad. Cultivarla, estudiar, investigar vocablos, oraciones, es un delito. Academias de ahora en adelante, solo las militares. Ya antes que la Academia Nicaragüense de la Lengua había sido suprimida la Academia de Ciencias. Ciencias y letras, ¿para qué?
 
Los ciudadanos de Cartago se abstenían de hablar en público, y lo hacían por medio de gestos; pero, en privado, lejos de los oídos de los esbirros de Hanón, sin duda se comunicaban en susurros en las alcobas, en los baños públicos, en los caminos y parajes solitarios. Y en las cocinas. 
 
En sus crónicas recogidas en El fin del Homus Sovieticus, Svetlana Aleksiévich recuerda a cada paso como en Kiev, en Moscú, en Leningrado, en los años de la dictadura del proletariado, el lugar donde la gente se congregaba para hablar, fuera del alcance de la policía secreta, era en las cocinas. La cocina se convirtió en confesionario y conspiradero, en el lugar donde los vecinos se intercambiaban los zamizat, las copias al carbón de libros y folletos prohibidos por la censura oficial, y donde podían desahogarse, pese al miedo. Porque el fiel compañero del silencio, es el miedo.
 
Pero en Nicaragua no se prohíben solo la academia que cuida de las palabras. A la fecha son 440 las organizaciones de la sociedad civil que han sido declaradas fuera de la ley, bajo la acusación de que todas, por el hecho de ser independientes, actúan como agentes extranjeros, y significan por tanto un peligro inminente para la soberanía nacional, que ahora reside no en la nación sino en la pareja gobernante.
 
Las palabras, y también la memoria hay que erradicarla. El Instituto de Historia de Centroamérica, que guardaba la colección más valiosa de documentos y fotografías, ha sido clausurado por decreto, lo mismo que la Fundación Enrique Bolaños, que poseía la biblioteca digital más grande del país.
 
Son sospechosas las palabras, y peligrosa la lengua que las pronuncia, pero, también, por ejemplo, quienes se organizan para avistar pájaros, proteger reservas silvestres, o cultivar la ejecución de instrumentos musicales. Un vistazo al último de los decretos que suprimen asociaciones civiles, nos puede dar una mejor idea:
 
La Fundación para el Desarrollo de las Reservas Silvestres Privadas de Nicaragua; la Asociación de Pianistas, la Asociación Teatral Quetzalcóatl, la Sociedad de Gestión Colectiva de Derechos de Autor y Derechos Conexos de Nicaragua. Y la Asociación Nicaragüense de Pediatría, peligrosa organización de médicos que se dedican a curar niños por instrucciones del enemigo extranjero.
 
Y la Asociación de Profesionales y Técnicos de Prevención de Riesgos Laborales, la Fundación de Protección de los Derechos de los Menores Transgresores y su Reintegración Social, la Asociación Nicaragüense de Pacientes Contaminados con Productos Tóxicos; y hasta la Asociación de Dueños de Restaurantes de Nicaragua, y la Asociación de Desempleados.
 
Hanón desconfía de quienes se organizan libremente de manera solidaria, porque sospecha que, aunque se trate de una fundación que promueva la operación de labios leporinos, o que procure quimioterapia a los niños con leucemia, lo hacen en contra suya.
 
Para Hanón nada es gratuito, sin embargo, ni caprichoso, ni fruto de la irreflexión de un momento. Todo obedece a un diseño maestro, que tiene por fin desarticular a la sociedad civil, desaparecer sus iniciativas, e inmovilizar a los ciudadanos, hasta llegar al control total de la sociedad. Cada quien, en su casilla asignada, moviéndose nada más cuando el Hanón lo decida.
 
El Gran Hermano te vigila. Si te mueves de tu nicho, te corta la lengua.
 
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