Un amigo que ha visto el video donde aparece el presidente Nicolás Maduro empuñando una poderosa arma de guerra, de esas de las películas de Van Damme, me explica que se trata de un fusil automático Fara 83, del calibre 7.62. Él sabe de armas de alto poder de fuego porque participó en un batallón de lucha irregular en la guerra de los ochenta en Nicaragua entre contras y sandinistas, que costó más de 30 mil muertos de ambos bandos.
Este lunes 22 de mayo arranca en Managua, y se extenderá por cinco días, la quinta convocatoria de Centroamérica Cuenta, que organizamos por primera vez en 2013 de manera modesta, con un puñado de escritores del istmo y algunos de Alemania y Francia, y ahora contará con más de doscientos participantes entre narradores, cronistas, cineastas, académicos, críticos, traductores, ilustradores, libreros, editores y talleristas, provenientes de unos treinta países.
En el curso de estas intensas jornadas de Centroamérica Cuenta, que a lo largo de una semana hemos celebrado en Managua, alguien me pregunta cómo me llevo con las "nuevas tecnologías". Es decir, con el mundo digital. Mi primera reacción, antes de responder, ha sido sonreír con algo de benévola condescendencia frente a mi curioso interrogador.
Corea del Norte es el país de la perfecta coreografía. El único del mundo donde todos los ciudadanos, sin excepción, representan un papel en el tablado, cada quien actuando en una gran puesta escénica destinada a durar para siempre. Cada actor y cada actriz hacen el triste papel de vivir felices, y esa felicidad absoluta llega hasta las lágrimas cuando se evoca a la santísima trinidad compuesta por Kim Il- sung, su hijo Kim Yong-il, y el nieto actualmente reinante, Kim Yong-un, elevados a la categoría de deidades celestiales.
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