Los mayas, que extendieron su civilización desde el sur de México a Guatemala y Honduras, creían que la historia era circular, sujeta a constantes ciclos de repetición, y la de Centroamérica da para creerlo.
Se busca describir con palabras inocentes lo que se desconoce. Hay mucho asombro en las mentes de los cronistas de Indias, que desde los vericuetos y espejismos de su mentalidad renacentista buscaban describir lo antes nunca visto, como cuando oímos a Gonzalo Fernández de Oviedo dar noticia de la naturaleza tan pródiga del nuevo mundo, como si se tratara del primer día de la creación...
En El otoño del patriarca, el dictador arquetípico de García Márquez, que no tiene nombre ni edad, asiste, oculto en el palco presidencial, a un recital de gala ofrecido por Rubén Darío; y, embelesado ante la cascada sonora de los versos de La marcha triunfal, exclama: “¿cómo es posible que este indio pueda escribir una cosa tan bella con la misma mano con la que se limpia el culo?”
He visto la fotografía que circula en las redes del padre Adolfo López de la Fuente asomándose a la puerta de la casa comunal de los jesuitas, donde vivía en Managua. Ahora, a sus 98 años, lo han expulsado de allí. Aparece como yo lo recuerdo, junto a esa misma puerta, en su papel de portero voluntario de la villa El Carmen, situada dentro de los predios de la Universidad Centroamericana.
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