Mi primer encuentro con Borges tuvo lugar en San José de Costa Rica en una tarde de llovizna en octubre de 1964. Fue un encuentro sin presentimientos, como ocurre siempre en el infinito juego de azares y certidumbres imprevistas que es la existencia, según él mismo enseñaba.
Hace poco, recorriendo el stand del Fondo de Cultura Económica en la Feria Internacional del Libro de Panamá, me encontré entre los libros expuestos con no pocos viejos conocidos, empezando por aquellos breviarios que tanto me ayudaron desde la adolescencia a asomarse a una variedad de áreas del conocimiento, antropología, filosofía, sociología, historia, y que fueron claves a mi formación libre y voluntaria, alumno de una especie de universidad espontánea que me procuré entre libros, más allá de las fronteras de mis estudios de derecho.
El segundo período del presidente Obama se acerca ya a su ocaso, y ha llegado la hora de preguntarse si su figura no quedará en la historia envuelta más bien en un halo trágico.
He salido de Medellín tras vivir la entrega de los premios de periodismo Gabriel García Márquez padeciendo los estragos que siguen a los excesos de una fiesta incesante, entre ellos la nostalgia que se paga como una penitencia.
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