Hay una fantasmagoría recurrente, a la cual terminamos dando la espalda de tanto que se repite, y es la de ese ejército de emigrantes centroamericanos que tratan con permanente terquedad de alcanzar la frontera mexicana con Estados Unidos, a riesgo de maltratos, secuestros, extorciones, humillaciones, y sobre todo, a riesgo de la vida.
No pocos de los cuentos de las Mil y una noches provienen de la tradición oral china. El de Aladino, por ejemplo, que muchos aprendimos de niños, donde una lámpara de aceite, vieja y despreciada, encierra a un genio benefactor que sale de ella con sólo frotarla, y es capaz de cumplir los deseos de quien la posea por desproporcionados o increíbles que parezcan: levantar un palacio de la nada, de modo que si el deseo se pide en la noche, el palacio ya estará listo por la mañana.
Al norte de la frontera con Costa Rica hay cuatro países que comparten rasgos comunes determinados sobre todo por su estructura social arcaica que sigue generando marginalidad y pobreza. Si comparamos los indicadores económicos fundamentales de Guatemala, El Salvador, Honduras y Nicaragua: ingreso per cápita, desempleo, falta de servicios básicos, vamos a encontrar resultados muy parecidos.
Estamos en el mes del centenario de Julio Cortázar, que nació el 26 de agosto de 1914, y es la hora de evocarlo. Contar cómo lo conocimos, donde nos encontramos con él por primera vez. Para mí esa primera vez fue en abril de 1976 en San José, Costa Rica, donde yo vivía para entonces.
© 2012 Todos los derechos reservados - SERGIO RAMIREZ