Hace años, a comienzos de los dos mil, en un hotel de Maracaibo donde debía presentar mi libro Adiós Muchachos, me tocó ver el ir y venir de los participantes a un entusiasta cónclave de partidarios del comandante Hugo Chávez, recién llegado entonces a la presidencia...
El Premio Internacional Carlos Fuentes a la Creación Literaria, que he recibido de manos del presidente Enrique Peña Nieto, pone al maestro delante de su discípulo, porque de Fuentes aprendí lecciones de escritura desde mis primeros viajes a México, cuando bajaba ansioso las escaleras de la librería El Sótano para encontrarme con sus libros.
La primera pregunta que escucho acerca de Nicaragua, es en qué se parece esta segunda etapa de la revolución a la primera. Es lo que he oído a los estudiantes de la Universidad Nacional Autónoma de Madrid, y a los de la Universidad de los Ozarks, en Arkansas, en los últimos días. Mi repuesta es que no hay tal segunda etapa de la revolución.
Después de padecer largas dictaduras militares a lo largo del siglo veinte en América Latina, y apartadas las polarizaciones ideológicas que llevaron a conflictos armados en no pocos países, la recuperación, o edificación, del estado de derecho pareció ser la meta a conseguir como salvaguarda de un futuro en que democracia y desarrollo pudieran caminar de manera integral y paralela.
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