Las fotografías suspendidas de hilos que penden del techo, se mueven levemente como las hojas de un árbol sopladas por la brisa. Son fotos con una foto. Madres solas a veces, una abuela, un matrimonio, el matrimonio y los hijos, sostienen con amoroso cuidado la fotografía de su deudo asesinado, adolescentes y muchachos que cayeron bajo las balas a partir del mes de abril del año funesto de 2018 y cuya memoria este museo único busca mantener viva.
El 24 de junio de 1935, Carlos Gardel murió calcinado dentro de un avión que buscaba despegar del aeropuerto de Medellín. Sus tangos contaban historias sentimentales, traiciones y desilusiones de amor, que calaron hondamente en el gusto popular. Así, su leyenda se prolongó más allá de su muerte, al punto que se contaba cómo había sobrevivido a las llamas, y, el rostro desfigurado, iba por los puertos cantando siempre con su voz incomparable, oculto bajo el ala gacha del sombrero. Era una manera de otorgarle la inmortalidad.
El pueblo mayangna, que en su propia lengua quiere decir simplemente “nosotros”, es el más antiguo en haberse asentado en territorio de Nicaragua, y ahora habita, junto con el pueblo misquito, igualmente milenario, la selva tropical húmeda de Bosawás, vecina al mar Caribe. Esta área fue declarada reserva de la biosfera por la Unesco en 1997, y abarca 20 mil kilómetros cuadrados, es decir, el tamaño de la república de El Salvador. Junto con la reserva del Río Plátano de Honduras, al otro lado de la frontera, representa el patrimonio forestal más importante de Centroamérica, y el segundo pulmón más grande del hemisferio, después del Amazonas.
“El ambiente de este país es bélico, se siente en la calle”, me dice Mónica González, la periodista chilena ganadora del premio a la excelencia García Márquez, que ha venido a Managua para participar como jurado de los premios de periodismo que otorga anualmente la Fundación Violeta Barrios de Chamorro. Y le sobra razón.
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