Hay una escena de El aviador, la película de 2006 de Martin Scorsese, donde Leonardo de Carpio se lava maniáticamente las manos hasta sacarse sangre. En estos tiempos de pandemia esa imagen resulta memorable, porque seguir al pie de la letra las indicaciones de un buen y eficaz lavado de manos después que hemos tocado algo que puede contaminarnos, la tarjeta de crédito, el dinero, una factura, el periódico, ya no se diga las manos de otro, puede pasar en nuestras vidas de hoy día por algo comparable a una obsesión.
Manuel Estrada Cabrera es el personaje de El señor presidente, la novela de Miguel Ángel Asturias, y bajo su dictadura de más de veinte años, la mentira oficial pretendía cada día sustituir a la realidad.
Entre mis lecturas de cuarentena he vuelto a Suetonio, el historiador romano que en su libro capital, Vida de los doce césares, entra en los pasillos mal alumbrados de la historia con paso de espía del pasado, y con diligencia de escritor de nota roja, o de gacetillero de revistas del corazón, busca penetrar los viejos misterios de la vida de los poderosos, sus vicios y excesos, y sus intríngulis vergonzosos, taras familiares, incestos, megalomanías, crímenes, lujuria, avaricia.
Entre mis lecturas de cuarentena he vuelto a Suetonio, el historiador romano que en su libro capital, Vida de los doce césares, entra en los pasillos mal alumbrados de la historia con paso de espía del pasado, y con diligencia de escritor de nota roja, o de gacetillero de revistas del corazón, busca penetrar los viejos misterios de la vida de los poderosos, sus vicios y excesos, y sus intríngulis vergonzosos, taras familiares, incestos, megalomanías, crímenes, lujuria, avaricia.
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