Cuando me pregunten qué recomiendo leer en estos tiempos de pandemia, respondo que lo mejor es aprovechar para viajar a través de los libros, ahora que los aeropuertos y las fronteras están cerrados, y no sabemos cuántas dificultades se nos van a presentar en el futuro inmediato para subirnos de nuevo a un avión.
La literatura se nos presenta como un viaje que podemos emprender desde el sitio donde leemos, un sillón, la cama, o sentados en la grama bajo un árbol. La imaginación no pone límites a las distancias, ni al tiempo, de manera que podemos desplazarnos hasta los países más remotos, y aún hacia otros que no existen, fruto de la imaginación, como la Tierra Media, inventada por J.R.R. Tolken en sus libros; o hacia el pasado, hacia el futuro; hasta Marte, con las Crónicas Marcianas de Ray Bradbury. Como queramos.
Hacia el pasado más remoto: qué mejor viaje, lleno de aventuras y sorpresas, que el de Ulises, el personaje de La Odisea de Homero, cuando va de regreso a Ítaca, al terminar la guerra de Troya. Ha pasado diez años peleando en esa guerra, y sólo quiere volver cuanto antes a su pequeña isla donde lo esperan su mujer y su hijo. Ya no quiere ser un guerrero maestro en astucias, como hasta ahora ha sido, sino un padre de familia que ansía su hogar abandonado.
Pero tardará otros diez años en regresar, porque los dioses no lo dejarán, y sembrarán de obstáculos y distracciones la ruta de su retorno. De lo contrario, el viaje no valdría la pena para el lector. Sería un viaje sin sorpresas. La Odisea existe en tanto el viaje no es fácil. Si fuera fácil, y sin novedades, no nos interesaría. El autor del libro se encarga, en nombre de los dioses, de crear esas dificultades que nos seducen, y nos hacen que devoremos sus páginas.
De la misma forma, siglos después, Virgilio nos relata el viaje de Eneas, derrotado en esa misma guerra, hacia su nueva patria, que será Roma. Y tanto Ulises como Eneas, que han peleado en bandos opuestos, superarán todas las distracciones, y llegarán por fin a su destino, acompañados todo el tiempo por nosotros. Su viaje es el libro que tenemos entre manos, y es nuestro propio viaje.
Y es lo que hará Joseph Conrad dos mil años más tarde, contarnos otro viaje en barco en su novela El corazón de las tinieblas, sólo que ahora se trata de un viaje por un río africano, y el nuevo Ulises es Marlow, que no va en busca de su patria, sino de Kurz, un personaje maldito, perdido en lo profundo de la selva en tiempos coloniales. Y ese río, que representa la maldad y oscuridad, viene a ser como el Hades de la mitología griega, que es el río de los muertos.
Y tenemos también la historia del capitán Abab quien, en Moby Dick, la novela de Herman Melville, se embarca en busca de la ballena blanca. Quiere vengarse porque una vez perdió una pierna queriendo cazar a este terrible monstruo de las profundidades marinas. El suyo es un viaje demoníaco, porque va regido por la voluntad de venganza ciega, que lo lleva al final a la derrota y a la catástrofe. Y cuando naufraga, nosotros estamos allí como testigos de primera mano.
En ningún viaje contado faltan las peripecias, las dilaciones, las sorpresas. Ni en los viajes de Simbad el Marino, ni en los que los personajes de Julio Verne emprenden en las profundidades marinas, ni cuando vuelan a la luna. Todos han sido concebidos para que nuestras horas leyendo sean felices.
Toda lectura es un viaje que nos lleva a territorios ignotos, por mares tormentosos, por ríos que son como del infierno, y aún por los aires, si entramos en las páginas de Las mil y una noches y subimos a las alfombras voladoras, o nos dejamos transportar por el genio de la lámpara maravillosa.
San Isidro de la Cruz Verde, julio 2020.
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