No se sabe cómo la palabra simposio, que quiere decir banquete, se pasó a entender como abstemia reunión académica donde se discute entre especialistas una determinada materia. El célebre banquete de Platón, que se celebró en homenaje al dramaturgo Agatón por haber sido premiado en el teatro, fue en verdad un simposio, en su opíparo sentido original.
Todos quienes se sentaron a la mesa en aquella ocasión eran tenidos por bien educados, no en el sentido de las buenas maneras de trato y de mesa, sino en el de personas instruidas que se reunían a filosofar. En esa ocasión el tema de sus debates fue el del amor. ¿Qué mejor? Personas eminentes, nada menos que Sócrates entre ellos, el propio Platón, y Aristófanes, que era célebre autor de comedias. Pero no por eso dejaban de comer y de beber, como debe ser.
Si sólo de buenas maneras se tratara, quedarían excluidos los centauros, y uno de ellos, Quirón, fue maestro nada menos que de Aquiles, el héroe, y de Esculapio, padre de la medicina. Pero eran ruidosos y alborotadores en los banquetes (simposios) a los que ya nadie quería invitarlos, pues terminaban arruinando la fiesta. Imagínenlos ya borrachos alborotando con sus cascos, celebrando obscenidades, orinándose delante de todos, y vomitando sobre las mesas.
Peor que eso ocurrió en la boda de Piritoo, rey de los lapitas, con la bella Deidamia. Los centauros eran parientes lejanos de Piritoo quien, aunque conocía sus modales, temía desairarlos, o fue por simple cortesía que los invitó, con la consecuencia horrenda de que ya ebrios empezaron con sus desmanes. Quisieron violar a la propia novia en pleno banquete, y raptar en ancas a las invitadas, fueran doncellas o casadas, viejas o jóvenes. Hubo muertos y heridos en la trifulca, y derrotados, los centauros fueron sacados del reino con prohibición de volver.
Tampoco cabrían en este concepto de bebedores bien educados los borrachos del cuadro de Velásquez, que rodean a Baco y presencian cómo el dios corona a un desconocido con hojas de pámpano. Son peones, labriegos, menestrales, a lo mejor mendigos, para nada agresivos como los centauros, pero sus modales en una mesa elegante, puestos a manejar cubiertos de plata, dejarían mucho que desear.
En la pintura se muestran alegres y despreocupados, cada uno en su embriaguez, en esa estación de la borrachera en donde el mundo se vuelve feliz, y no es sino felicidad lo que todos ellos traslucen, sin extrañarles para nada la epifanía que están viviendo, nada menos que el encuentro con el dios al que se encomiendan cada vez que empinan el codo, que es nada menos que el dios de los borrachos.
Pero en el Simposio de Platón, si bien se trata de bebedores educados, en ese sentido de dominar conocimientos, no es que tampoco sean amigos de la sobriedad. De seguro alguno de ellos desmandará sus modales ya pasado de copas, pues en esos convites la comida no era sino un introito a la bebedera en serio, que tomaba el resto de la velada donde había toda clase de distracciones; música, bailes, cantos, juegos de mano y adivinanzas, y las que podían prodigar las hetairas, de presencia obligada. Un banquete académico con prostitutas, ya se pueden imaginar.
“Nosotros somos siempre ruines bebedores”, confiesa Eriximaco, uno de los invitados al banquete de Platón, quien luego, en su calidad de médico, aconseja a los demás la temperancia, sobre todo cuando la cabeza “se encuentre resentida a causa de una orgía de la víspera; es decir, cuando se está padeciendo una goma de garabatillo. No en balde el hipo, molesto e inoportuno, impide hablar a Aristófanes el comediante, y ya sabemos que el hipo es un desarreglo provocado comúnmente por excesos en la bebida.
Masatepe, enero 2021
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