Cuando ocurrió el golpe de estado contra el gobierno del presidente Salvador Allende en septiembre de 1973, yo vivía en Berlín, becado como escritor por el programa de artistas residentes, y participé en la red que se organizó de manera espontánea para recibir y apoyar a los chilenos que llegaban exiliados a Europa. Entre ellos recuerdo particularmente a dos, porque nos hicimos amigos para siempre, Antonio Skármeta y Ariel Dorfman.
He visto la fotografía que circula en las redes del padre Adolfo López de la Fuente asomándose a la puerta de la casa comunal de los jesuitas, donde vivía en Managua. Ahora, a sus 98 años, lo han expulsado de allí. Aparece como yo lo recuerdo, junto a esa misma puerta, en su papel de portero voluntario de la villa El Carmen, situada dentro de los predios de la Universidad Centroamericana.
Se busca describir con palabras inocentes lo que se desconoce. Hay mucho asombro en las mentes de los cronistas de Indias, que desde los vericuetos y espejismos de su mentalidad renacentista buscaban describir lo antes nunca visto, como cuando oímos a Gonzalo Fernández de Oviedo dar noticia de la naturaleza tan pródiga del nuevo mundo, como si se tratara del primer día de la creación...
En El otoño del patriarca, el dictador arquetípico de García Márquez, que no tiene nombre ni edad, asiste, oculto en el palco presidencial, a un recital de gala ofrecido por Rubén Darío; y, embelesado ante la cascada sonora de los versos de La marcha triunfal, exclama: “¿cómo es posible que este indio pueda escribir una cosa tan bella con la misma mano con la que se limpia el culo?”
Hay una serie de valores generalmente entendidos para definir a una generación literaria, entre ellos que las fechas de nacimiento de los escritores que la forman sean próximos; la convivencia personal; un hecho histórico contemporáneo frente al cual tomen una posición decisiva; y que frente al anquilosamiento de la generación que les antecede renueven de alguna manera la literatura, hasta llegar a crear un nuevo canon.
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