En América Latina vivimos frente a un caleidoscopio que no se detiene en la composición de sus figuras. Como una de nuestras más viejas fantasmagorías, los caudillos se repiten en un juego infinito de espejos nublados por los viejos vapores del populismo. No son materia agotada ni de la literatura ni del periodismo.
En mi novela Sombras nada más, publicada en el año 2003 hay un episodio en el que relato la excursión nocturna que al terminar la última tanda de cine del teatro González, un grupo de estudiantes hace por las cantinas y antros de León, la ciudad donde estudié la carrera de derecho.
El canal por Nicaragua puede parecer un imposible por su magnitud descomedida, por los recursos que no se pueden sacar de la nada para construirlo, y porque Wang Ying, el empresario a quien se entregó la triste concesión leonina, se desvanece cada vez más como un fantasma junto con su fortuna que se tragó la última crisis financiera en China, donde ya desde antes era un millonario de tercera.
El pasado 7 de noviembre, en Myanmar (antes Birmania), el partido oficial, respaldado por el ejército, que hasta hace poco ejerció una brutal dictadura, fue aplastado por los votos de la oposición encabezada por la premio Nobel de la Paz, Aung San Suu Kyi, privada de libertad por años. Su partido, la Liga Nacional para la Democracia, ya había ganado en ocasiones anteriores pero los militares burlaron su triunfo.
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